Otra vez la misma canción

Por Víctor Hugo Morales

No debió la Argentina jugar con el afecto de los costarricenses. Hay que ser más respetuosos de ciertas circunstancias, porque a veces de veras que está en juego la imagen de un país. La Argentina pudo haber jugado tan híbridamente como lo hizo en el estadio de San José, aun con los titulares, incluido Messi. Juega así. Puede elogiársele la fidelidad a esa vertiente “española” de la que parece nutrirse, creyendo que los que ganan siempre tienen razón y como el Mundial de Sudáfrica dio esa respuesta, pues entonces, nada más se discute. El problema del pasado martes 29 no fue la calidad del juego que aportó el equipo del Checho. Los dos planteles que viajan con la Selección juegan así, se mezcla la baraja como se quiera. Habrá partidos muy buenos y otros no tanto. Tramos cautivantes y también el elogio máximo del aburrimiento que es esa forma hartante de pasarse la pelota al pie, al costado o hacia atrás y quedarse satisfecho como el que acaba de hacer una obra de bien y ni siquiera necesita que se sepa. Lo que se le critica a la Argentina en Costa Rica es justo. Imantó con su camiseta y la presencia de Messi a un país que se quedó en suspenso, envuelto en la atmósfera de las grandes promesas, dos días antes del partido. En vilo, los ticos se pusieron la camiseta de la selección visitante. El país fue un enorme embudo de atención que se cerraba en el magnífico escenario que enorgullece a la ciudad. Fueron asimilando las dudas en torno a Messi. Llegaron casi comprensivos a las atestadas tribunas y se dispusieron a ver una exhibición de los admirados rioplatenses. Minutos antes les soltaron por los altoparlantes nombres que desconocían. Casi ninguno de los más famosos jugadores de los que dispone Batista estarían en el terreno. Un Cambiaso, un Zanetti, un Di María, un Burdisso. Y en el transcurso del partido no quedaría ninguno.
Ya ni Banega ni Mascherano. Un verdadero pecado. Todos sabemos que las distancias entre los que actuaron y los otros, tan solo tienen que ver con el renombre de sus apellidos y que las calidades son muy parecidas. Cualesquiera de los que faltó, salvo Messi y Mascherano, podría dejar tranquilamente su lugar al que ahora llaman suplente. Pero el martes no era lo mismo. Este periodista no sabía cómo responder en el palco al desencanto de los colegas y a la creciente desilusión de esa sociedad futbolera que en los días previos, en cada sitio, fuera un taxi, un shopping, un restaurante o una playa, demostraba un amor por la Argentina que, sumada a la locura que les provoca Messi, ya independientemente de su nacionalidad, parecían desear la derrota de su propio país para disfrutar a lo grande de esa selección que ahora no saben por qué querían tanto. Una pena que esmeriló la jerarquía de un partido que tuvo etapas de cierto interés y que permitió a los ticos imaginar un futuro interesante de la mano de Lavolpe.
La Argentina pasó tocando la misma canción, y eso no importa demasiado. A veces afina mejor. La discusión es valiosa y bien de fútbol. ¿Se puede jugar de esa única manera? Más aun, ¿eso es exactamente lo que llamamos fútbol? ¿O será algo más complejo y dinámico como la propia vida? Como siempre queda algo bueno, aun dentro de lo malo, que se insiste, no fue la calidad del equipo. Garay, Beluschi, chispazos de Pastore y Sosa se rescatan y quizás haya más de lo positivo. Lo que duele es que no se supo estar a la recíproca ante tanto cariño con el tributado por ese pueblo de orillas tibias, de fondo verde, de cielo entrecortado y como el verano casi perpetuo, una sonrisa amistosa y eterna.
El fútbol pasa. El resultado ya no importa. La discusión es para otra ocasión. Lo humano siempre pesa más.