Siamo Fuori

Por Emilio Marín

No sabía que Mario Wainfeld era hincha de Ríver, como otros 10, 12 o más millones de argentinos. Pensé en él el domingo, porque me intrigaba saber cómo iba a poder hacer su programa televisivo con Roberto Navarro. Hay que ser un poco actor en esos casos, para hablar de política y economía cuando se tiene un dolor deportivo tan grande.
Este cronista sufrió escuchando el partido con Belgrano por la vieja portátil; en el pueblo de Traslasierras donde estaba, no había televisión.

Ya no había uñas para comer ni cábalas que respetar. Ni siquiera unidad familiar, porque tres hijos cinchaban por Belgrano y dos por Ríver. Tanto fue el cántaro a la fuente de los empates y las derrotas, que al final se rompió. Y Ríver se fue al descenso. Era durísimo escuchar el relato de Lito Costa Febres, de “Ríver Monumental”, en radio Mitre (mi única concesión al grupo Clarín). Primero me dio bronca por el penal no cobrado por Pezzotta cuando Lollo lo bajó a Caruso y lamenté el penal que le atajaron a Pavone.
Pero sabía que esos eran los flecos del poncho. Era como agarrársela con Carrizo por los cinco puntos clave que nos hizo perder en el final del campeonato o por el blooper de Ferrero y Díaz, que permitió el empate de Farré.

Aún en medio de la calentura de ese domingo de frío, me daba cuenta que era inútil detenerse en ese último partido. Importaba, sí, porque en “la dinámica de lo impensado” de la que hablaba Dante Panzeri, algunas de esas jugadas podrían haber salvado a la banda.
Pero era un proceso de años que terminaba con un final desastroso. Aclaro que no lloré. Hace muchos años, cuando era pibe y Antonio Roma –adelantándose tres metros- le atajó el penal a Delem, entonces sí lloré e insulté al referí Nai Foino por no hacerlo patear de nuevo.
Lloré también cuando otro infame árbitro, Nimo, no quiso cobrar el penal de Gallo, defensor de Vélez que voló como un arquero. Ahora no. Mis lágrimas corren sólo cuando hay alguna pérdida familiar o por el recuerdo de compañeros de militancia que fueron desaparecidos por la dictadura. Esas sí son tragedias.

Estos otros son problemas personales que te amargan, te quitan la sonrisa por varios días y te hacen despertar de noche como si tuvieras pesadillas. “Eh, no es para tanto; amargura de verdad es si se te muerte tu madre”, suele decir mi madre. Ella es de las tantas buenas personas, hombres o mujeres, que no entienden la pasión futbolera en un país ídem.

Ni barra brava ni Borges Obvio que un gol en contra en el Monumental no puede equipararse a la pérdida de un hermano o incluso del más módico dolor, como perder el
empleo.

Pero tampoco está bien subestimarlo como lo hacen los émulos de Jorge Luis Borges, que era casi un genio en literatura pero un ignorante de las pasiones populares, de la banda y la celeste y blanca. Quienes no entienden que el fútbol provoca estos agudos dolores en el pecho no comprenden bien el “ser argentino”. El real, no el facho del Proceso.
Los que indignados por el descenso rompieron las instalaciones del club, son unos tarados. No los justifica que la policía y bomberos hayan arrojado agua fría a la tribuna, encendiendo la pelea. La hinchada de los Borrachos del Tablón, tantas veces criticada con fundamentos, esta vez se portó como Carmelitas Descalzas. El carnicero de mi barrio cordobés, de la barra de los Piratas del “Loco Tito”, me contó que se quedaron tres horas en lo alto de la tribuna porque no podían salir. Los Borrachos les llevaron hasta allí los prometidos “sánguches” de milanesa, coca y fernet. En el partido de ida, los locales habían cenado en el Club Las Palmas, de Córdoba, con Los Borrachos. Menú: pollos asados más el infaltable tinto y fernet.

La violencia del domingo es repudiable. Pero a diferencia de otros episodios de Figueroa Alcorta y Udaondo, esta no fue una pelea de barras desquiciados por el alcohol y la droga, ni una disputa por plata o entradas. Fueron incidentes nacidos de la frustración, del
dolor de ya no ser de primera. Igual fueron lamentables y autodestructivos, como pegarse un tiro en el pie.

En este punto aparece la política. Leí que Mauricio Macri y Ricardo Alfonsín criticaron al gobierno por haber autorizado que se jugara con público. Los dos opositores le cayeron con todo al operativo policial, para ambos totalmente inadecuado, y reclamaron a dúo la renuncia de la ministra Nilda Garré. Igual hizo el ex sheriff Javier Castrilli, devenido en facho duhaldista. Quien haya autorizado jugar con público, haya sido Cristina Fernández, Aníbal Fernández o Garré, estuvo en lo correcto. ¿Se podía privar al hincha de Ríver de alentar en un partido decisivo? No. No se podía. ¿Se debía impedir a los cordobeses entrar a la cancha con medio ascenso y la ilusión de ganarse la mitad restante? No. No se debía.Era una decisión difícil en un tema complejo, pero cerrar el estadio hubiera podido provocar una tragedia peor que la de la Puerta 12, en 1968 (ese día salí por otra puerta, de Ríver, con mi hermano menor).

Si el domingo hubo 50.000 hinchas en la cancha, sólo con el 1 por ciento, 500 tipos, dispuesto a romper vidrios y tirar piedras, el escándalo estaba asegurado. La solución no era jugar sin público ni reprimir a sangre y fuego. Macri y la mala fotocopia de Raúl padre no estaban hablando de fútbol; simplemente buscaban ventaja política. Mi chicana: portentoso comportamiento de la Metropolitana macrista; gracias a la cría de Fino Palacios no hubo muertos.

En 3 o 4 años volvemos
El descenso tiene de bueno es que desaira a los enemigos de Ríver, quienes aseguraban que el gobierno nacional iba a salvarlo del descenso. No hubo tal cosa. Se fue la banda. Y antes había caído Quilmes, cuyo vicepresidente es un tal Aníbal Fernández. Y sube un equipo chico, un grande del interior, como Belgrano, que es muy popular, aunque su presidente Pérez sea un burgués dueño de Tsu cosméticos. Es de La Docta, aunque su próxima directiva por lista única tendrá en un cargo titular al caracúlico del grupo Clarín, bien porteño, Santo Biasatti. Debe haber negociado su lugar lejos del barrio Alberdi.

Descender no es la muerte de nadie. Grandes del fútbol en el mundo vivieron esa horrible experiencia, como el Liverpool, la Juventus y clubes de primera línea de Brasil. Entre nosotros les pasó a San Lorenzo y Racing. Al mayor campeón del fútbol profesional puede darle un imprescindible baño de humildad y modestia. El problema central no es hoy el Monumental clausurado y el fantasma de la pérdida de puntos, adicional al descenso. La incógnita es saber cómo será el futuro de la institución y, vinculado con eso, el futuro equipo de fútbol. La situación actual es de Crisis, crisis con mayúsculas, provocada por directivos como José María Aguilar, que Daniel Passarella no supo-no pudo-no quiso superar. Tendrá que hacerlo. Ya dijo Perón que hay que avanzar con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. Y esto es muy cierto para el gran cabeceador que fue el 6 de Ríver. O cumple con sus promesas o la hinchada se lo llevará puesto y no precisamente en andas. Como es el presidente electo hace un año y medio, habría que darle una última oportunidad antes de llamar a elecciones anticipadas.

La otra clave es designar un buen técnico. López fue un desastre. No acertó en la formación ni en los cambios. Al final fue cierto que era un DT para descender como le pasó con Unión, Instituto y Talleres. Con el nuevo técnico empezará en agosto otro ciclo riverplatense, que debería estar basado en los jugadores jóvenes. Basta de los jugadores berretas y caros que trajeron en los últimos años. En el semillero de Núñez hay buenos jugadores, baratos e hinchas del club, que deben ser la base de la resurrección. No sueño con volver a primera el año que viene. Un cambio de fondo, como el propuesto, puede insumir 3 o 4 años; si es antes, mejor, pero hay que prepararse para una larga temporada invernal. Plata no hay, sólo deudas, con las desastrosas administraciones. Sí hay tiempo para armar un equipo que gane el ascenso no jugando a los pelotazos sino al buen fútbol. Es lo que hizo este año Atlético Rafaela. ¿Por qué no lo puede hacer el equipo más grande en campeonatos, si vuelve a sus orígenes?
Hablando de la época de oro, una crítica para las estrellas del club que no quisieron volver a dar una mano. Crespo, Saviola, D´Alessandro y Aimar ya estaban hechos económicamente y no aceptaron venir perdiendo unos dólares. El “Pelado” Almeyda, aún jugando en la B, es el referente para los pibes del semillero. Amor a la camiseta, eso se necesita hoy, cuando estamos descendidos, tristes, consternados, rabiosos y mortificados.