Por Daniel De Santis
Eran recién pasadas las cuatro de la tarde del 30 de junio de 2011, cuando en el bosque de La Plata se escuchó, durante dos segundos, el silencio más atronador del futbol argentino. Luego, la hinchada de Gimnasia estalló en un furioso y sostenido aplauso a los once que habían caído dejando el alma en el campo de juego, y a todo el plantel sin distingo, porque no pudieron pero vaya que si quisieron y lo demostraron.
La fidelidad de la hinchada que, con el “dale Lobo” sin tregua, de visitante y de local en los tres negros años anteriores, se hizo más digna que nunca en la grandeza demostrada ante la derrota.
Un Rinaudo, el mejor jugador en esos años de dientes apretados, pidiendo perdón mostró la vergüenza que sólo tienen los grandes.
Diego que, en silencio, fue a acompañar a su amigo Guillermo, porque como dice el tango los amigos se cotizan en las buenas y en las malas.
Y Guillermo, mostrando su rabia a “los que nos hicieron esto” pero sereno saludando a esa hinchada, en cuyo rostro se leía el volveremos.
Los guevaristas sabemos de momentos difíciles por eso comprendemos y nos emocionamos ante el espectáculo y sus grandezas. No estamos hablando de filiaciones políticas pero, por que no, de ideología, la que saben sacar los luchadores ante la adversidad.
Todos reunidos por ese simple objeto redondo que se llama la pelota, nos demuestra, afortunadamente, que no todo tiene precio en este mundo.