«Entró llorando en el vestuario, estaba feliz», confesó Justo Villar. Después de derrotar a Japón en los penaltis, Tata Martino, el seleccionador paraguayo, no podía disimular la emoción. Era una mezcla de alegría por lo conseguido, la primera vez que Paraguay alcanza los cuartos de final en un Mundial, y por los acontecimientos padecidos por su selección antes de llegar a Suráfrica, como el disparo que recibió Salvador Cabañas.
Martino ha hecho de Paraguay un equipo ordenado consciente de que sus virtudes van más allá del talento. «Yo no sé si todos los equipos tienen el corazón que tiene Paraguay», confiesa el «Tata». «Quiero que nuestro equipo sea muy agresivo cuando tenga que recuperar el balón y también con él en los pies. A veces tenemos problemas cuando nos toca jugar. Necesitamos mejorar en este aspecto. La presión para recuperar la pelota es esencial. Hace falta mucha agresividad, y la tenemos», afirma.
Martino se ha ganado el respeto de sus futbolistas y el de todo el país. Con lo que consigue el equipo en el campo y con sus decisiones fuera. La Federación Argentina lo llamó para que asumiera el cargo de seleccionador cuando renunció Basile. «Tengo un contrato firmado con la Asociación Paraguaya y lo voy a respetar», fue la respuesta del preparador argentino. El elegido, entonces, fue Maradona, el único futbolista que consiguió arrebatarle la camiseta con el «10» cuando jugaba en Newell’s. Después, disputó media temporada en el Tenerife. Pero fue en el equipo de Rosario donde aprendió de los métodos de Bielsa. Ahora, sin ser tan obsesivo como su maestro, intenta trasladarlos a la selección paraguaya.